El hidrógeno está de moda, aparece en multitud de publicaciones y eventos a escala internacional. Aunque, realmente, el planteamiento del uso del hidrógeno no es nuevo. El principio que rige el funcionamiento de la pila de combustible fue descubierto en 1839. Posteriormente, uno de los personajes de la novela de Julio Verne La isla misteriosa (1874), sugiere que en el futuro el hidrógeno y el oxigeno, proporcionaran una fuete inagotable de luz y de calor. Pero tuvimos que esperar a las primeras del siglo XX para ver las primeras aplicaciones industriales del hidrógeno, mientras que en el periodo comprendido entre 1950 y 1970 surgieron los primeros usos como fuente energética. La necesidad de contar con electricidad en las naves espaciales que visitaron la Luna dio un fuerte impulso a su desarrollo. La crisis energética de 1973 evidenció la necesidad de contar con un sistema energético independiente del petróleo.
El hidrógeno es sin duda el medio ideal de almacenar electricidad. La reacción entre el hidrógeno y el oxígeno se produce de en un proceso sencillo, fuertemente exotérmico que conduce a la producción de agua como único subproducto. A todos nos encantaría ver los tubos de escape de los automóviles desprendiendo inocuas nubecillas de vapor de agua. Esa es la revolución ecológica que promete el hidrógeno. La energía liberada en la formación de agua se puede emplear mediante una pila de combustible en generar electricidad.
El uso del hidrógeno presenta, además, las siguientes ventajas: puede transportarse (en forma de gas, liquido o en adsorción con otros compuestos), existe una amplia variedad de proceso que permiten su transformación en otras formas de energía (electricidad, calor), la conversión hidrógeno-electricidad se produce en ambas direcciones con altos rendimientos, y entre todas las ventajas, el hidrógeno se puede almacenar. Esto último puede parecer obvio, pero conseguir un método de almacenar energía eléctrica no resulta nada sencillo. Los acumuladores y baterías actuales no tienen capacidad de almacenar grandes cantidades de energía eléctrica en estructuras con volúmenes y pesos reducidos, y a costes económicos. Esa dificultad para almacenar la energía eléctrica no es algo reciente, desde su descubrimiento se han intentado toda clase de procedimientos para almacenarla, pero los inventos siempre chocan con dificultades físicas aparentemente insalvables.
El uso del hidrógeno presenta, además, las siguientes ventajas: puede transportarse (en forma de gas, liquido o en adsorción con otros compuestos), existe una amplia variedad de proceso que permiten su transformación en otras formas de energía (electricidad, calor), la conversión hidrógeno-electricidad se produce en ambas direcciones con altos rendimientos, y entre todas las ventajas, el hidrógeno se puede almacenar. Esto último puede parecer obvio, pero conseguir un método de almacenar energía eléctrica no resulta nada sencillo. Los acumuladores y baterías actuales no tienen capacidad de almacenar grandes cantidades de energía eléctrica en estructuras con volúmenes y pesos reducidos, y a costes económicos. Esa dificultad para almacenar la energía eléctrica no es algo reciente, desde su descubrimiento se han intentado toda clase de procedimientos para almacenarla, pero los inventos siempre chocan con dificultades físicas aparentemente insalvables.
De ahí que el binomio hidrógeno-célula de combustible se esté investigando tanto en las últimas décadas, pues el hidrógeno proporciona el método eficaz de almacenar grandes cantidades de energía eléctrica. Aunque el cuento realmente no termina aquí. El hidrógeno presenta sus propias dificultades de almacenamiento y su consumo será tan respetuoso con el medio ambiente como lo sea su producción.
De cualquier modo, una amplia implantación de la economía del hidrógeno permitiría la deslocalización de los recursos energéticos, ya que cada país podría adaptar sus sistemas de producción de hidrógeno a las fuentes de energía propias. Si se es rico en gas natural se puede priorizar esta fuente (Rusia, Irán), la energía nuclear sería la preferida para Francia, mientras que en países pobres en recursos naturales como España, podríamos elegir la energía térmica solar y la eólica como las fuentes de elección para generar hidrógeno. La multiplicidad de fuentes a nuestra disposición crearía tal competitividad a escala internacional, que el precio del kg de hidrógeno de venta al público podría llegar a ser verdaderamente económico y alejado de la especulación, a diferencia de lo que ocurre con el oligopolio del petróleo.
El uso masivo del hidrógeno también podría acarrera consecuencias medioambientales, aunque estas son de menor entidad comparadas con otras energías. Al ser un gas extremadamente ligero, puede escapar facilmente a la atmósfera desde las conducciones y depósitos. Si se escapa en grandes cantidades podría dañar la capa de ozono estratosférico. Este tipo de escapes se podría ir limitando con el tiempo conforme la legislación fuera más estricta con la manipulación y almacenaje. Como ven, no existe ningún tipo de energía que pueda considerarse beneficiosa al cien por cien.
De cualquier modo, una amplia implantación de la economía del hidrógeno permitiría la deslocalización de los recursos energéticos, ya que cada país podría adaptar sus sistemas de producción de hidrógeno a las fuentes de energía propias. Si se es rico en gas natural se puede priorizar esta fuente (Rusia, Irán), la energía nuclear sería la preferida para Francia, mientras que en países pobres en recursos naturales como España, podríamos elegir la energía térmica solar y la eólica como las fuentes de elección para generar hidrógeno. La multiplicidad de fuentes a nuestra disposición crearía tal competitividad a escala internacional, que el precio del kg de hidrógeno de venta al público podría llegar a ser verdaderamente económico y alejado de la especulación, a diferencia de lo que ocurre con el oligopolio del petróleo.
El uso masivo del hidrógeno también podría acarrera consecuencias medioambientales, aunque estas son de menor entidad comparadas con otras energías. Al ser un gas extremadamente ligero, puede escapar facilmente a la atmósfera desde las conducciones y depósitos. Si se escapa en grandes cantidades podría dañar la capa de ozono estratosférico. Este tipo de escapes se podría ir limitando con el tiempo conforme la legislación fuera más estricta con la manipulación y almacenaje. Como ven, no existe ningún tipo de energía que pueda considerarse beneficiosa al cien por cien.
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