2 de diciembre de 2011

PERCEPCIÓN VEGETAL

La floración es un proceso crucial para asegurar la reproducción en plantas.

Los procesos de percepción son inherentes a todos los seres vivos. Nosotros asociamos percepción con el proceso de la visión, pero los organismo suelen percibir el entorno en el que se desenvuelven sus vidas de formas muy variopintas. Las plantas necesitan recopilar información fundamental del medio para procesos críticos, como la floración, que les permitirá reproducirse y generar semillas en las condiciones ambientales idóneas. Por ello las plantas con flor (angiospermas) tienen medios más evolucionados de percibir el entorno que el resto.

La floración de las plantas es un proceso complejo que ha fascinado a propios y extraños desde tiempos inmemoriales. Gracias a investigaciones recientes llevadas a cabo por Miguel Angel Blázquez y Federico Valverde, científicos del CESIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), se ha podido desvelar parte de sus secretos. Las plantas detectan con una gran precisión el momento del año en el que deben florecer, gracias a una complicada red molecular que les sirve para percibir las condiciones ambientales (luz y temperatura).

Las plantas son capaces de memorizar el paso del invierno, e identificar la estación según la longitud del día. Cuando el conjunto de señales internas se integran se produce el florígeno. Una sustancia que se genera en las hojas y se desplaza por los haces vasculares hasta los ápices donde se produce la formación de las flores. La decisión de desencadenar la floración depende de un reducido número de genes, los integradores florales. Una vez activados crece el botón floral que se divide en cuatro regiones concéntricas (verticilos), que coinciden con las células que darán lugar respectivamente a sépalos, pétalos, estambres y carpelos.

Entre los órganos encargados de la recopilación de datos externos encontramos los fotoreceptores vegetales y un reloj celular autónomo (reloj circadiano) que marca ciclos repetitivos de 24 horas, que permite a las células anticipar la llegada de los ciclos de luz y oscuridad. La conjunción de reloj y fotoreceptores dota a la planta de las herramientas necesarias para detectar la longitud del día, reconocer el momento del año en el que se encuentran y desencadenar la floración en condiciones óptimas.

Se han detectado tres tipos de señales que procesan los genes de la planta. La primera ruta de activación depende del fotoperiodo. Según la respuesta al fotoperiodo, la plantas se clasifican como de día corto (florecen cuando los días se acortan), como el arroz, o de día largo (tabaco). Pero hay plantas que se muestran insensibles al fotoperiodo para florecer. Una segunda ruta de activación depende de la temperatura. En numerosas plantas el periodo de floración depende de la exposición previa del vegetal a un periodo prolongado de frío. Este mecanismo asegura que la floración no ocurra antes del estallido de vida primaveral. A este curioso fenómeno se le conoce como “vernalización”. Una vez que ha sido vernalizadas las plantas mantienen el recuerdo del invierno pasado. Lo que parece una forma rudimentaria de memoria vegetal. Finalmente se ha detectado otra ruta que actúa simultáneamente con las dos anteriores para provocar la floración. En esta última se tienen en cuenta el estado nutricional de la planta, fundamentalmente los azucares circulantes y las hormonas reguladoras (Giberelinas).

Las plantas han evolucionado hasta desarrollar un mecanismo de inducción a la floración en el que se integra información de órganos y fuentes muy diversas (ambientales, edad, estado nutricional) para producir una respuesta única y sin vuelta atrás. Para desencadenar la floración. La importancia que tienen la floración para la reproducción de las plantas y el hecho de que este fenómeno, una vez se ha activado, no tenga vuelta atrás, explica la gran complejidad que ha adquirido evolutivamente.

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