Todos los seres vivos pueden percibir su entorno en mayor o menor medida, incluso los más simples que podamos imaginar. Las bacterias procariotas, las más simples de entre las que habitan en la Tierra, pueden olfatear su entorno y detectar otras bacterias a través de los elementos químicos que dejan en el ambiente.
Esta es la conclusión a la que han llegado los investigadores de la Universidad de Newcastle, que han trabajado con dos especies -la "Bacillus subtilis" y la "Bacillus licheniformus"- y han comprobado que reaccionaban de la misma manera al olor de amoníaco que desprendía una de ellas y es uno de sus nutrientes. Como respuesta al olor, ambas especies generaron una biopelícula, es decir, se agruparon para unirse en colonias y poder expulsar a sus potenciales rivales. A medida que se acortaba la distancia entre las dos colonias, la respuesta bajaba en su intensidad.
Esta facultad de las bacterias procariotas sería el cuarto sentido que se detecta en estos microorganismos, que tienen también vista (son sensibles a la luz), tacto (cambian cuando otro organismo o material les toca), gusto (a través de los elementos químicos con los que interactúan) y ahora también olfato.
Para el profesor Grant Burguess, el hallazgo, publicado en 'Biotechnology Journal', visto desde una perspectiva evolutiva, "puede ser el primer ejemplo de cómo las criaturas vivas aprendieron a oler a otras criaturas vivas".
En su opinión es "un gran avance que también demuestra lo complejas que son las bacterias y la manera en la que utilizan una serie de caminos para comunicarse entre ellas".
Los científicos británicos recuerdan que las infecciones bacterianas matan cada año a millones de personas, por lo que descubrir cómo se comunican nuestros enemigos es un paso importante para luchas contra ellas. De hecho, la biopelícula que generan al oler es una de las principales fuentes de infección en implantes médicos, como válvulas cardiacas, caderas artificiales e implantes mamarios. También le cuesta a la industria marítima millones de euros cada año, porque afecta a los motores y al combustible de los barcos. Su cara positiva sería que algunas biopelículas ayudan a disolver el crudo procedente de los vertidos.
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